La Inteligencia Emocional (I.E.) es un concepto que popularizó a nivel mundial el Dr. Daniel Goleman, quién, conjuntamente con el Dr. Howard Gardner –autor de las “Inteligencias Múltiples”– y el Dr. Paul Ekman, experto en la expresión facial de las emociones, pueden ser considerados como los pioneros en el estudio de una manera distinta de ver las emociones y la inteligencia humana, alejándose un poco del concepto tradicional de Coeficiente Intelectual (C.I.)
Las inteligencias múltiples y la inteligencia emocional están estrechamente vinculadas entre sí, al punto que dos de los tipos de inteligencia descritos por el Dr. Howard Gardner –la Inteligencia Interpersonal y la Inteligencia Intrapersonal– dan origen, justamente, a la Inteligencia Emocional, un concepto, que el Dr. Goleman comenzó a ampliar, desarrollar y difundir en todo el mundo a través de varios de sus libros, siendo el más conocido de ellos, el libro titulado “Inteligencia Emocional”.
Con dicho concepto, el Dr. Goleman hace referencia a la capacidad que tienen algunas personas para procesar, controlar, aplicar y dirigir con éxito las emociones. Lo anterior, a diferencia de la “inteligencia” a secas, que alude a la capacidad de un sujeto para resolver un determinado problema, o bien, que pone de relieve la capacidad de una persona para poder adaptarse al entorno –o medio ambiente– que lo rodea, un aspecto que, curiosamente, está en línea con lo que señalaba el científico y naturalista inglés, Charles Darwin, hace más de 150 años atrás, en su libro “El origen de las especies”, donde Darwin planteaba, que lo que hizo que la especie humana “sobreviviera” y prosperara frente a especies mucho más fuertes y poderosas que el ser humano, fue su extraordinaria capacidad de adaptación. Puestas así las cosas, la inteligencia, como resultado final, no podría ser otra cosa, que la combinación de todas las inteligencias presentes en el ser humano, en la medida que éstas estén desarrolladas y disponibles.
Sin embargo, también existen los sujetos llamados “analfabetas emocionales”, es decir, aquellas personas incapaces de reconocer emociones en otras personas, e incluso, de experimentar algún tipo de emociones. Esta condición puede constituir un trastorno llamado “alexitimia”, es decir, la incapacidad para identificar y/o expresar las emociones propias y ajenas. Al respecto de la alexitimia –un concepto acuñado por el Dr. Peter Sifneos–, se puede señalar, que esta condición representa una limitación cerebral provocada por un trastorno en el aprendizaje emocional, o bien, que podría tener su origen en una lesión en el cerebro.
Si se trata del primer caso, es decir, de un trastorno en el aprendizaje emocional, estamos hablando de una característica de un individuo que se desarrolla desde la niñez y que se construye a partir de la historia familiar y social de una determinada persona. Es así, por ejemplo, que hay niños, a quienes, desde pequeños, los padres le enseñaron que es malo mostrar el miedo, la vergüenza, la tristeza, la rabia o la pena, por ser “emociones negativas”, en función de lo cual, estos niños aprenden a bloquearlas, al punto de que ni siquiera están en condiciones de poder experimentarlas y, menos aún, de ser capaces de reconocerlas en otros individuos. A modo de primer ejemplo: hay hombres que recién se dan cuenta que su pareja está triste, acongojada o apenada cuando ven lágrimas correr por sus ojos. Antes que eso, serán incapaces de saber qué diablos le pasa a su pareja. De más está decir, que los efectos de la alexitimia pueden dañar y afectar de manera seria e irreparable la vida personal de quienes la sufren.
Tomemos ahora un segundo ejemplo: supongamos que a usted, de un momento para otro, le avisan que ha sido despedido de su trabajo… ¿qué sentiría usted? ¿Frustración? ¿Ira? ¿Pena? ¿Rabia? ¿Dolor? ¿Todas las anteriores? ¿Ninguna de las anteriores?
Si usted ha respondido que sí a cualquiera de las emociones antes señaladas, alégrese, pues ello significa que usted no sufre de alexitimia.
Por el contrario, si usted no se siente identificado con ninguna de las emociones consignadas más arriba, entonces sí debería comenzar a preocuparse, por cuanto, ello podría significar que usted pertenece al 10% de la población que no es capaz –o no sabe– interpretar y/o expresar emociones.
En función de lo anterior, es preciso señalar, que no se trata de que algunas personas “elijan” hacerse las tontas con sus emociones para efectos de “no enfrentarlas”, sino que puede suceder, que tales personas no cuentan, simplemente, con el equipamiento sensorial y cognitivo requerido para tales efectos, es decir, Inteligencia Intrapersonal, o bien, con las herramientas necesarias que se adquieren por intermedio de la interacción interpersonal con otros individuos para poder hacerlo, a saber, Inteligencia Interpersonal.
Es así, por ejemplo, que a menudo nos encontramos con sujetos incapaces de experimentar empatía hacia otras personas que se encuentran sufriendo o que están atravesando por momentos difíciles y dramáticos, en función de lo cual, les resulta imposible dar los cuatro pasos necesarios para practicar la empatía con propiedad, a saber:
1. Crear un clima de confianza que permita a la otra persona abrirse y expresar libremente aquello que lo acongoja.
2. Escuchar de manera activa, es decir, prestando la atención necesaria a aquello que le está siendo comunicado, donde el lenguaje verbal debe ser coherente con el lenguaje corporal.
3. Tratar de comprender el trasfondo de la problemática que le está siendo comunicada.
4. Ayudar –en la medida de lo posible– a la persona que nos ha pedido auxilio, a encontrar una solución conjunta al dilema que lo aqueja.
Lo que se ha señalado en los cuatro puntos anteriores, se llama “practicar la empatía”. Todo lo demás, son puras pamplinas e inventos que no tienen utilidad alguna.
Digamos finalmente, que así como existen personas “analfabetas” que no saben leer ni escribir, condición que les impide expresarse de buena manera a nivel cognitivo, también tenemos a los “analfabetas emocionales”, es decir, aquellas personas que fallan lastimosamente en su intento de interpretar las emociones de su interlocutor de turno, o de comunicarles a otros sus propios estados de ánimo y emociones. El gran consuelo para estas personas, es que, si se deciden, pueden aprender a ser más “inteligentes emocionalmente”.
Publicado el 09 Jul 2018